En este espacio se formaba el rebaño con la aportación de las cabras que pertenecían a los habitantes del pueblo. Bicera quiere decir “el lugar donde se reunía el rebaño” y también el “ganado comunal”.
Los vecinos de Torlengua poseían una o dos cabras que ordeñaban por la mañana y las soltaban, es decir las sacaban del corral donde pasaban la noche. La mayoría acudía a la Bicera ellas solas, también a veces los “chiquejos” de la casa las acompañaban hasta dejarlas a cargo del cabrero.
El Cabrero era un oficio que implicaba hacerse responsable del rebaño. A primera hora del día daba la vuelta al pueblo haciendo sonar un cencerro, para avisar que ya se podían soltar los animales. Este hecho se decía “tocar a las cabras”. Su recorrido acababa en “la Bicera” y allí esperaba y hacía el recuento, cuando estaban todas las conducía casi siempre barranco arriba hasta el monte, para que pastaran todo el día.
En el trayecto de ida o de vuelta los animales bebían agua porque en el “Barranco del gato” poca o mucha siempre había.
Esta actividad que parece simple repercutía beneficiosamente en el monte, porque las cabras lo limpiaban y evitaban que se espesara y se hiciera intransitable. Lo abonaban a su paso y mantenían en equilibrio la vegetación.
El cabrero se ajustaba cada año en junta o asamblea popular, en esta reunión se acordaba la cantidad que cada vecino debía aportar por cada cabra que soltaba a la Bicera.
El cabrero reunía su soldada mensual con estas aportaciones que pasaba a cobrar casa por casa.
Otra responsabilidad del cabrero era cuidar los machos, que eran del pueblo pero que él los cerraba y soltaba cada día. También controlaba la época en que se quedaban preñadas las cabras, y así las familias podían comer cabritos en Navidad, o venderlos y sacar unas pesetillas si había necesidad; hay que tener en cuenta que por entonces en Torlengua había dos carnicerías.
A medida que el pueblo fue perdiendo población disminuyó el número de reses, y no era rentable para el cuidador, así que, como esta actividad era necesaria porque satisfacía el consumo de leche, básico sobre todo para la infancia, acordaron ir a reo vecino. El que tenía una cabra iba un día, el que tenía dos iba dos, es decir, que si había cuarenta cabras el que tenía una cabra hacía de cabrero cada cuarenta días.
Más adelante se dejó de hacer esta actividad por cansancio o porque ya se podía comprar leche envasada. En este intermedio también hubo alguna familia en el pueblo que tenía vacas y vendía leche fresca.
Aprovechamos para comentar una anécdota que ilustra muy gráficamente la importancia de la actividad descrita.
Sabréis que en Torlengua estuvo de párroco muchos años Don Antonio Moñux, hombre de mucho carácter. Cada domingo en misa nos daba un sermón, en uno de ellos como pensaba que los padres daban mucha libertad a las hijas reprodujo un diálogo de un matrimonio.
El hombre dice:”¡¡Chiguita que no ha venido la chica”, responde la madre: “Bueno, tranquilo, ya vendrá”. Pero si el padre decía: “Chiguita, que no ha venido la cabra”, la madre decía: “Pues hay que ir a buscarla”.
Las cabras regresaban al caer la tarde y ellas solas iban a sus respectivas casas o corrales, donde los dueños después de ordeñarlas, las cerraban durante la noche.
Por la importancia que tuvo este lugar para los habitantes de este pueblo, está bien que se recuerde con el nombre de “Bicera”, ligado a la actividad que aquí se realizaba.
Por aquella época este era un lugar de entrada y salida muy transitado, yuntas de mulas, rebaños de ovejas, a más de uno le hubiera venido bien tener a mano esta fuente, rememorar estas cosas es hacernos más conscientes de la historia colectiva de todos nosotros.
Este texto que os hemos leído es en nombre de la “Asociación Amigos de Torlengua”, “Juvenalia” y “Asociación de Jubilados y Pensionistas el Pliar de Torlengua”.
Gracias por la atención prestadaDonvina Martínez
Octubre 2012
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