domingo, 11 de septiembre de 2022

REQUIEM POR EL ÚLTIMO OLMO

Algunos árboles tienen algo que les hace merecer una atención especial, puede ser su antigüedad, su envergadura o la particular belleza vegetal según los cánones de la época, que para todo hay modas. El olmo que yo quiero recordar en estas líneas tenía todas esas virtudes y muchas más, era el más viejo, el más alto, el más grueso y el más elegante.

Ya se sabe que los olmos no dan peras, pero a cambio dan la sombra más fresca en el verano y nuestro olmo la daba muy grande, cobijaba al mismo tiempo a los niños que jugábamos incansables y a las madres que a falta de agua corriente fregaban los cacharros en el barranco.

Los gorriones, muy abundantes en aquellos tiempos, pasaban la noche acostados en sus ramas más bajeras y por la mañana celebraban el amanecer piando sin compasión. En las noches tranquilas, en el buen tiempo, nunca faltaba el canto amable y sosegado de algún autillo o alguna lechuza que completaban el permanente concierto de la naturaleza en el aquel pueblo.

Fue por los años 80 cuando llegó la grafiosis, la terrible enfermedad de los olmos grandes que fulminó la vida de nuestro árbol y le dejó desnudo de hojas para siempre. Pero no era un árbol normal, su dura madera se agarró al terreno durante 40 años más, hasta que por fin, en una tarde tranquila de la última primavera se derrumbó sobre el barranco.

El tronco de un árbol bicentenario, de una especie en vías de extinción, último espécimen de los grandes olmos que habitaron nuestra tierra durante siglos, merecía ser trasladado a un lugar adecuado para exponerse como documento botánico e histórico, pero este destino tampoco llegó según lo previsto. A finales de agosto una tormenta descargó agua en el monte como no ocurría hace 12 años y como siempre pasa en estos casos el torrente marrón que descendió por el Barranco del Gato fue descomunal, arrastró el enorme tronco del olmo, que navegó como un barco a la deriva hasta quedar atascado peligrosamente en el puente de piedra.

El viaje desde el puente hasta terreno seguro fue más urgente de lo previsto y el viejo tronco ya descansa en la entrada de Torlengua sin más peligro y bien expuesto.

Como diría Machado no se convertirá en melena de campana, lanza de carro o yudo de carreta, pero el último exponente de los grandes olmos en nuestra tierra seguirá presente algunas décadas más, hasta ser devorado por el clima.

César Romero

Amigo de Torlengua


Fotografía aérea aproximadamente de 1950  (Catastro)


jueves, 25 de agosto de 2022

Retomando el camino

Nuestra asociación recupera la actividad tras dos años de letargo pandémico, el sábado pasado hicimos la tradicional caminata hasta el monte y como siempre disfrutamos de un magnífico almuerzo.

La parte negativa de este año es que los amigos de Mazaterón no pudieron acompañarnos por varias circunstancias, esperemos que el año que viene si que vuelvan a estar con nosotros.

En este enlace podéis ver las fotos y un pequeño montaje de Antonio Morón.

En nuestra excursión vimos los parajes esteparios y casi anónimos, con ojos de urbanitas acomodados no como los conocieron nuestros abuelos, para ellos cada paraje tenía nombre propio y utilidad específica, era el sustento de las familias. 

El barranco, en la Cañada Honda, producía arena de calidad para construcción además de ser abrevadero perenne para los ganados, sin embargo, actualmente está intransitable por la maleza y escasea la arena por la falta de barrancadas. Más arriba pasamos por el Llano Concejo, donde ahora se plantan encinas truferas, antes había viñas de uva garnacha que daban alimento y vino a los torlengüinos. 

Antes de entrar al monte, en el hoyo del Manso, vimos los viejos chopos, últimos testigos de que allí abundaba el agua, era el último oasis antes de entrar en terreno montañoso. Ya dentro del monte comprobamos que el chaparral resiste la seguía y sigue frondoso, quizás demasiado frondoso. En otros tiempos el monte aportaba todo el combustible necesario para 100 familias y para los 12 meses del año, era tan valioso como las centrales energéticas modernas y como tal requería la contratación de un guarda de leñas para vigilar el tesoro.

No vimos rebaños de ovejas que antaño fueron la mitad de la economía de Torlengua, el ganado era tan importante que requería para su protección hasta 70 corrales de campo en el término municipal. Las ovejas y cabras además de elemento económico eran esenciales en la limpieza de los campos, su ausencia ha hecho que los lugares más interesantes del pueblo como son el rio o todos los barrancos se hayan convertido en brozales espesos donde no crece vegetación fresca desde hace años, los animales no obtienen pasto y da miedo que un año de estos se produzca algún incendio.

Los que fuimos testigos directos de aquellos paisajes de vida de sostenible bebemos dar testimonio a las nuevas generaciones y más en los tiempos que corren.