Los gorriones, muy abundantes en aquellos tiempos, pasaban
la noche acostados en sus ramas más bajeras y por la mañana celebraban el
amanecer piando sin compasión. En las noches tranquilas, en el buen tiempo, nunca
faltaba el canto amable y sosegado de algún autillo o alguna lechuza que completaban
el permanente concierto de la naturaleza en el aquel pueblo.
Fue por los años 80 cuando llegó la grafiosis, la terrible
enfermedad de los olmos grandes que fulminó la vida de nuestro árbol y le dejó desnudo de
hojas para siempre. Pero no era un árbol normal, su dura madera se agarró al
terreno durante 40 años más, hasta que por fin, en una tarde tranquila de la
última primavera se derrumbó sobre el barranco.
El tronco de un árbol bicentenario, de una especie en vías de extinción, último espécimen de los grandes olmos que habitaron nuestra tierra durante siglos, merecía ser trasladado a un lugar adecuado para exponerse como documento botánico e histórico, pero este destino tampoco llegó según lo previsto. A finales de agosto una tormenta descargó agua en el monte como no ocurría hace 12 años y como siempre pasa en estos casos el torrente marrón que descendió por el Barranco del Gato fue descomunal, arrastró el enorme tronco del olmo, que navegó como un barco a la deriva hasta quedar atascado peligrosamente en el puente de piedra.
El viaje desde el puente hasta terreno seguro fue más
urgente de lo previsto y el viejo tronco ya descansa en la entrada de Torlengua
sin más peligro y bien expuesto.
Como diría Machado no se convertirá en melena de campana, lanza de carro o yudo de carreta, pero el último exponente de los grandes olmos en nuestra tierra seguirá presente algunas décadas más, hasta ser devorado por el clima.
César Romero
Amigo de Torlengua
Fotografía aérea aproximadamente de 1950 (Catastro) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario